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jueves, noviembre 25, 2004
.:: Valfierno, Caparrós, Diego Guelar y Planeta ::.  
Había dejado pasar este asunto, quería ver dónde terminaba. Vamos a exponer los elementos que tenemos, y, en el caso de que fuera posible, a intentar sacar alguna conclusión.


Concurso literario anual (excepto 2001 y 2002) de la editorial Planeta, ganador de 2004: Martín Caparrós.
Nombre de su novela ganadora: Valfierno.
Cuando Diego Guelar escucha la trama de la novela ganadora, percibe que es el mismo argumento que él había desarrollado en su novela, que no sólo conllevaba la misma temática, sino que Planeta (a través de su presidente, Julio Pérez) habría confirmado que se la publicaría antes de fin de año.

En talkaboutculture, lo cuentan así:

Poco antes de la medianoche, en el estreno de un restorán en Puerto Madero («Embrujo»), un comedido le confió el martes una novedad al ex embajador en los Estados Unidos Diego Guelar, justo cuando se servía un plato con raviolones: «Acaban de entregar el Premio Planeta, la novela se llama 'Valfierno'». Toque de queda: Guelar se paró entonces, algo desencajado, y nunca más se volvió a sentar. Tampoco probó un raviol. Mejor para él: le hubiera sido indigesto.

Para entender su estado hubo una asombrosa explicación del propio desencajado: «Yo escribí una novela este año, la llevé a Planeta, no me la quisieron publicar y el personaje principal se llama ' Valfierno', como el del premio. Tuve discusiones con el director editorial, Ricardo Sabanes, terminamos mal. Pero no creo que pueda ser un plagio. Menos que aparezca Martín Caparrós, el ganador del certamen, en una confabulación. Pero, ¡es tan sorprendente!». Le añadió excitación el comedido de marras: «Bueno, la novela trata sobre Valfierno y el robo de la Gioconda».

Allí, con una diplomacia acumulada por años, el contenido Guelar tuvo su pico de mayor desconcierto. «Pero señaló- mi novela se llama justamente 'El robo de la Gioconda', son más de 300 páginas». Si él no podía creerlo, menos los interlocutores: demasiada casualidad, con la misma empresa, con el mismo director literario. Por suerte alguien bromeó: Bueno, al menos esta historia queda entre montoneros (Guelar militó en esa organización igual que Caparrós). «No, no -quería aclararse con humor el embajador literario-, a ver si dicen que los montoneros también controlamos el mercado de los libros». Otro escéptico lo desilusionó con una reflexión: «Seguro que no es un plagio. He escuchado sobre todo tipo de robos en el peronismo, nunca uno con características intelectuales. Nunca los vi interesados en esos hurtos».

Con una duda que no podía salvar y que extendió sin dormir hasta el día siguiente, igual Guelar explicó su obra no publicada y en apariencia plagiada: «Miren, en 1911, tres italianos se robaron La Gioconda, luego los descubrieron y el cuadro se devolvió al Louvre unos años más tarde. Pero, en 1931, un periodista norteamericano (Hans Decker) publicó una entrevista a un conde argentino, Eduardo de Valfierno, quien se proclamó autor intelectual del siniestro porque tenía 6 copias perfectas de La Gioconda, que luego del robo y mientras duró la desaparición, vendió como originales a otros tantos coleccionistas por un monto total aproximado a los 80 millones de dólares».

Si lo del robo fue cierto, lo de Valfierno constituyó una lúcida lucrubación del norteamericano hecha cuento, lo que habilitó a Guelar para imaginar su novela como un himno a la inspiración que caracteriza a muchos argentinos: el hábito falso, la vocación de «trucho». Esa ficción de Guelar ubica a Valfierno como modelo de esa conducta, el que luego tuvo una hija llamada obviamente Lisa y, no menos obviamente, esa misma mujer en 1945 alumbró un hijo que bautizó como Carlos Federico Ruckman, el que en 2001 inventó los patacones. A tal abuelo, tal nieto: algo así como una parábola nacional.

Se entendía en el grupo que el relato novelístico podía ser fascinante, más para los amantes de la política, pero se opacaba con espasmos la narración porque Guelar transmitía su estupor por la aparente copia y, de tanto pensar que le podían haber plagiado su texto, ya casi deseaba que esto hubiera ocurrido. Y así, atónito, se fue esa noche a su casa, a la vigilia de los ojos abiertos, aunque ése no es el Fernández en el que abrevan los escritores justicialistas.

Amaneció nublada la mañana, seguía nublado para Guelar. Cerca del mediodía, calmó su nervioso insomnio al hablar con Julio Pérez, titular de Planeta, la del premio a « Valfierno». Y por teléfono le contó el embajador su historia al empresario, su sorprendido candor y, quizá, su desazón ante el plagio. Pero el boss local de Planeta lo devolvió a la normalidad perdida, tanto como el hambre y el sueño de la víspera: «Mire -le dijo Pérez-, después de todo lo que me contó, creo que ha ocurrido una feliz coincidencia: dos personas que al mismo tiempo han escrito sobre un mismo personaje y, tal vez, sobre un mismo tema. Pero no hay plagio posible por múltiples y sobradas razones. Puede estar tranquilo. Tanto que, a pesar de que usted se haya peleado con Sabanes, Planeta este año publicará su novela». O sea que en las librerías habrá pronto un premiado Valfierno I y un Valfierno II que no compitió en el certamen. Dos mensajes para un mismo criterio y protagonista, en el que no casualmente se sumergen dos hombres con origen en el PJ: el «truchaje», una especialidad de la casa.

El argumento del "Valfierno" de Guelar, según Urgente 24, sería el siguiente:


  • Eduardo de Valfierno, muerto allá por 1931 de manera tan clandestina como anduvo por la vida. Autor intelectual de uno de las robos más increíbles del siglo 20.

  • Pasarían varios años hasta que su nombre ingresara enlos archivos policiales del caso que desperezó al mundo la mañana del martes 22 de agosto de 1911, cuando un visitante del Museo del Louvre en París descubrió que La Gioconda, la obra maestra de Leonardo da Vinci, había desaparecido.

  • Al escándalo le sucederían 2 años y 111 días de versiones, incredulidad y vergüenza: durante todo ese tiempo, el paradero de la Mona Lisa -símbolo del mayor logro del arte universal- fue un absoluto misterio. Si un ingrediente le faltaba a esta obra para alimentar su mito, era este largo pasaje a la oscuridad.

  • Durante décadas, respetados expertos y rasuradores de alto rango han ido reconstruyendo la trama de esta novela policial, pero los años fueron decantando los falsos rumores y las teorías más disparatadas (la más popular de todas, que La Gioconda que cuelga en el Louvre no es la auténtica), para abrirle el camino a la historia oficial y definitiva.

  • El domingo 20 de agosto de 1911, un carpintero italiano llamado Vincenzo Peruggia ingresó al Museo del Louvre pocos minutos antes de la hora de cierre para salir recién al día siguiente... con la Mona Usa escondida entre sus ropas.

  • Peruggia, que había nacido en Dumenza, una localidad al norte de Italia, en 1881, llevaba una existencia a media asta: pobre, solitario y de pocas luces, a principios del siglo XX se mudó a París con la esperanza de lograr algo que se pareciese a un por venir. Hacia 1908 empezó a realizar trabajos temporarios en el Louvre, entre ellos, el armado del armazón vidriado con que el Museo decidió proteger a su pieza más preciada, no tanto por la inverosímil eventualidad de un robo, como por la posibilidad de que fuera víctima del vandalismo de un desquiciado.

  • Por aquellos días, la costumbre de maquillar con ácido o rasurar a navaja algunas valiosas obras de arte se había convertido en un ejercicio bastante popular. Gracias a aquel servicio, Peruggia conoció las salidas y escondrijos más próximos al Salón Carré, donde la pintura de la sonrisa melancólica había fijado residencia cinco años atrás. Y no sólo eso, también se acostumbró a las rutinas delos guardias, ala intimidad de los horarios, a la incomprensible soledad de las galerías del Louvre. Una información que jamás pensó en utiliza hasta que el "marqués de Valifierro el argentino que ya nadie recuerda, se cruzó en su canino.

  • Valfiemo había llegado a París en 1910, después de varias estafas en el mercado del arte que consumó con éxito y sin escrúpulos en algunos países de Sudamérica junto a su socio Yves Chaudron, un virtuoso falsificador de obras maestras oriundo de Marsella.

  • "Eduardo de Valfierro nacido en la Argentina alrededor de 1850, era el hijo de un rico terrateniente. Al poco tiempo de la muerte de su padre se quedó sin fondos y, para mantener el estilo de vida al que estaba acostumbrado, comenzó a vender todos los objetos de arte y antigüedades que habían pertenecido a su familia. Pero no tardó en dilapidar también aquel dinero, y aprovechando sus modales refinados y sus contactos de primera clase, armó un mercado de venta de obras de arte robadas o extraviadas que, en realidad, eran copias perfectas realizadas por el talentoso Chaudron escribió el historiador R. Shepard en su artículo Cómo y por qué robaron la Mona Lisa, publicado en la prestigiosa revista Art News, en febrero de 1981.

  • Decidido a ejecutarel gran golpe que engordara sus bolsillos de una vez y para siempre, Valfiemo desembarcó en Francia adosándose el título de marqués, y sin pérdida de tiempo comenzó a dibujar la estrategia de su trabajo más ambicioso: el robo de la Cioconda. La eficacia de Valifierro residía en su paciencia: primero le encargó a su socio Chaudron que realizara seis copias irreprochables de la pintura.

  • Al eximio falsificador le llevó 14 meses concluir su trabajo sobre maderas tan añejas como la del original (hay que recordar que la Mona Lisa no está pintada sobre un lienzo, sino sobre una tabla de álamo), utilizando pigmentos fieles al Renacimiento y empleando sofisticadas técnicas de envejecimiento.

  • Mientras tanto, Valfierno fue detectando a sus presas, media docena de discretos millonarios dispuestos a hipotecar su imperio con tal detener a La Gioconda colgada en su pared, en caso de que ésta "desapareciera". Paradójicamente, el retrato genuino era lo que menos le interesaba al estafador argentino. Su plan era otro, simple y sin riesgos: sólo necesitaba que la noticia del robo de la Mona Lisa recorriera el mundo paravendérsela a sus potenciales compradores, entregándoles claro, una falsificación impecable.

  • Al marqués criollo sólo le faltaba una pieza: un hombre que conociera las rutinas del Louvre y fuera capaz de cometer el robo, pero que a la vez fuese insignificante y sin demasiadas preguntas. No tardó en encontrar a Vincenzo Peruggia, el carpintero. Lo convenció sin dificultad con la promesa de una abultada recompensa, pero sobre todo con argumentos patrióticos: un rico coleccionista italiano -le inventó- deseaba tener a La Gioconda en su tierra, de donde nunca tendría que haber partido. Vincenzo, con la nostalgia de su país a cuestas y el orgullo nacional intacto, aceptó el trato.

  • El domingo 20 de agosto, el carpintero entró al Louvre como un visitante más. Cuando el público empezó a vaciar las salas a la hora de cierre, se ocultó en un pequeño cuarto donde se guardaban herramientas, próximo al Salón Carré. Al día siguiente, un lunes, como ocurría entonces y también ahora en la mayoría de los museos alrededor del mundo, las puertas permanecieron cerradas al público para realizar tareas de limpieza y mantenimiento.

  • Vincenzo, el ladrón, esperó hasta que el guardia del Salón Carré dejó su puesto para ir a fumar un cigarri Eran alrededor de las 8 de la mañana del 21 de agosto y él ya se había vestido con los amplios guardapolvos que usaban los obreros del Louvre. Así salió de su escondrijo, fue directamente a donde estaba su compatriota la Mona Lisa y la arrancó de la pared. Corrió en silencio hasta unas escaleras de servicio próximas; allí despojó a la pintura de su escudo vidriado y de su marco aristocrático. Entonces ocultó la pequeña madera de 77 x 53 centímetros bajo su guardapolvos, bajó las escaleras, atravesó el patio interior del Louvre y llegó hasta la salida como un trabajador más que culminaba su jornada.

  • El martes 22 de agosto el Louvre se reabrió para el público. Louis Béroud, -un artista parísino que se ganaba la vida pintando reproducciones de obras famosas para los turistas-, fue uno de los primeros en ingresar. Quería ocupar un buen lugar frente a La Cioconda con su caballete y su manojo de pinceles y pinturas, antes de que los visitantes se amontonaran sobre ella y le hicieran imposible trabajar. Cuando alcanzó el Salón Carré, más que sorprendido se mostró irritado. "¿Dónde está ella? ¡Dénde la llevaron ahora!", le gritó al primer guardia que encontró a su paso. Béroud también conocía algunas de las rutinas del Museo, y estaba cansado de los paseos domésticos alos que sometían a la pintura de Leonardo

  • De acuerdo con la minuciosa reconstrucción hecha por el investigador Seymour Reit, autor del libro El día que robaron la Mona Lisa (1981), el guardia fue hasta la galería, y cuando vio el espacio vacío dijo: "Seguramente se la llevaron otra vez arriba. La deben estar fotografiando o reparándole el marco". Este guardia tampoco avisó nada, tampoco preguntó nada.

  • La noticia, tal como había previsto De Valfierno, se divulgó hasta en las naciones más minúsculas, pero la indignación y el estupor eran mayúsculos. Durante una semana, el Museo permaneció cerrado y todos sus empleados fueron interrogados, aun aquellos que -como el carpintero Peruggia habían realizado alguna tarea temporaria en los últimos meses.

  • La policía de París culpó al Louvre por su inadecuada seguridad, y desde el Museo los ridiculizaban por no encontrar ni a un sospechoso. Para empeorar las cosas, los diferentes brazos que participaban en la investigación se entorpecían unos a otros, hasta que el Prefecto de la Policía de París, el inspector Louis Lépine, se hizo cargo de todas las bifurcaciones que iba tomando el caso.

  • En sus declaraciones publicadas en la edición del 23 de agosto de 1991 en The New York Tienes, el inspector Lépine esbozó su propia teoría: "Los ladrones -me inclino a pensar que fue más de uno- escaparon con La Gioconda. Hasta ahora nada se sabe de sus identidades o paradero. Estoy convencido de que el móvil no fue político, pero puede que se trate de un ,sabotaje', causado por el descontento entre los empleados del Louvre. Es probable, por otro lado, que el robo haya sido cometido por un loco. Una posibilidad más seria es que La Gioconda haya sido robada por alguien que planea sacar algún beneficio chantajeando al Gobierno".

  • Seymour Reit explica por qué Eduardo de Valfiemo no volvió a tomar contacto con el carpintero italia no. No necesitaba tener a la verdadera Mona Lisa quemándole las manos para consumar su estafa. Con máxima discreción, retornó el contacto con los 6 coleccionistas de arte interesados en el original --5 norteamericanos y 1 brasileño-, y a cada uno le vendió las copias hechas por su socio Chaudron a precios exorbitantes. Según Reit, estos millonanos jamás fueron identificados cuando La Gioconda reapareció más de 2 años después, no pudieron denunciarla estafa porque ellos mismos habían cometido el delito de adquirir una obra de arte robada.

  • Vicenzo Peruggia siguió con su vida oscura, sin saber muy bien qué hacer con esa obra maestra que había ocultado debajo del falso fondo de un destartalado baúl. Hasta que en el otoño de 1913 leyó en un diario italiano un anuncio que sacudió sus nervios de gelatina. Un anticuario de Florencia, Alfredo Geri, estaba dispuesto a comprar "a buen precio objetos de arte de cualquier tipo". El 29 de noviembre, Ceri recibió una carta fechada en París de un tal Leonardo, a secas, diciéndole que tenía en su poder a la Mona Lisa y que deseaba regresarla a Italia, su patria de nacimiento. El anticuario, escéptico pero intrigado, le respondió citándolo en su galería de Florencia para el 22 de diciembre.

  • ¿Qué fue del "rnarqués" Eduardo de Valfiemo? Según la investigación de Seymour Reit, el argentino pasó una existencia sin sobresaltos hasta su muerte en los Estados Unidos, en 1931. Se cree que su golpe maestro le aportó entre US$ 30 millones y US$ 60 millones, lo que ciertamente le valió un ascenso en su rango: que duda cabe que vivió como un "duque".

  • Sin embargo, no soportaba la idea de que el mundo desconociera que la verdadera trama detrás del robo de La Gioconda había sido dibujada por él. Empalagado de soberbia, le confesó aun amigo, el periodista norteamericano Karl Decker, el origen real de su fortuna. Aportó datos, fechas, descripciones yhastael nombre de los seis millonarios a los que había estafado, con la única condición de que la historia se divulgara después de su muerte.


Sin haber leido las novelas, podemos percibir que si bien el tema central es el mismo, la línea argumental, la parte novelesca, difieren una de la otra lo suficiente como para no llegar a obtener una conclusión definitiva.

Sin dudas la trágica casualidad (en caso que lo sea) es notable y deja lugar visible a las más difíciles suspicacias, y esto me trae a la memoria el muy reciente caso de los dos policías apaleados, torturados, y quemados vivo en México. Víctor Mireles y Cristóbal Bonilla estaban investigando un caso de drogas y terminaron carbonizados porque los habitantes del lugar los confundieron con secuestradores de niños (al parecer la zona estaba sensibilizada con estos hechos que venían ocurriendo a menudo).

Si bien todos los elementos apuntan a que Caparrós, por lo menos, copió la temática de la novela (el plagio está descartado, las novelas se desarrollan muy distinto, eso no es plagio), ¿eso significaría que tenemos que salir como unos Torquemadas de la vida a incendiarlo?, es decir, ¿aquí no cabe el beneficio de la duda? ¿Y si realmente fue un hecho casual? El argumento no es el mismo, la escritura no es la misma, lo único que coincide es el personaje, y el elemento fuerte es que Planeta había recibido un original con esa temática, pero ¿ésto significaría alguna otra cosa que lo que expresa?

Esa es la primera variante. Sigamos jugando.

Segunda variante: Caparrós leyó el original que le facilitó su amigo Sabanes y decidió que la temática era de su interés, por lo que escribió su novela basada en esos hechos. Aún así no sería plagio, es lo mismo que acusásemos de plagio a Saramago por escribir su versión del evangelio o al mismo Guelar por escribir su propia versión de una temática que ya figuraba en varias novelas, la de Martin Page (1984) y la de Robert Noah (1998), por ejemplo.
Si bien en esta segunda variante no podríamos categorizar la obra de Caparrós de plagio, Sabanes quedaría en una situación más comprometida por facilitar originales no publicados a terceras personas, en este caso Caparrós, una conducta poco ética por cierto, pero que aún así no convierte ninguna obra en plagio de la otra. Los dos caminos que podrían tomar esta variante serían:
a) Sabanes comentó a Caparrós que tenía un original con la historia de Valfierno, Caparrós se lo solicitó porque "hacía tiempo quería escribir una novela con ese personaje" (lo dice en una entrevista), y Sabanes cedió a su petición.
b) Caparrós ni se imaginó escribir una novela con Valfierno, pero a partir de que Sabanes le comentó del original se interesó por el tema y se lo pidió para estudiar los hechos que envolvieron a tan interesante personaje, y ahí nació su novela.
Quien más estaría afectado por cualquiera de estas dos variante, como no ético, sería Sabanes. Caparrós, no del todo (tampoco no del nada, yo no lo haría, o por lo menos evitaría usar una temática para una novela que haya desarrollado un colega cercano, pero yo soy yo y vos sos vos, nadie me pontifica como el dueño de ninguna razón, y a vos tampoco).

Estoy convencido (con todos los riesgos que ello acarrea, pero aún así lo estoy) que los jueces del certamen no estaban al tanto de estos pormenores (Piro, amigo de Feinmann podría confirmarlo o agregar un poco más de luz al hecho). Aún así escogieron entre 256 presentaciones la novela de Caparrós. Algún mérito debe tener, por lo menos el muchacho pareciera ser un buen escritor (confieso esto muy a mi pesar ya que jamás leí nada de Caparrós, y no está en mi lista de mis primeras 4500 prioridades, fuera también de que me cae muy antipático; él y sus bigotes).

Tercera y última variante de este hecho, aún a merced del futuro: Algún gaucho escribirá una novela sobre este hecho y aparecerá otro que también, el primero será acusado de plagio por el segundo.

Hasta mañana


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# escrito por drádego @ 21:20
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