Los que nos hemos ido, nunca nos fuimos, siempre estamos volviendo, lo que no se sabe es adonde. Los que se quedaron también siempre están volviendo, pero ni sueñan lo que es irse. Mark Blumstoone caminaba por la avenida veintidós y pensaba. Es raro que el ser humano deje de pensar, y Blumstoone era uno de ellos. En su mano derecha tenía la bolsa de papel madera llena de pan fresco y humeante, en la izquierda su paraguas. El pan era para realizar experimentos alquímicos con mantequilla y mermelada, el paraguas por si llovía, destino que no conllevaba demasiadas probabilidades ya que el cielo se había desteñido en azul. De cualquier manera, nunca es bueno entregarse al tiempo con esa confianza de amante eterno.
Le dieron ganas de comer un pedazo de pan, nada mejor que comerlo en ese estado, fresco y humeante, es la manera en que se deshace en la boca y provoca esa sensación de momento único e irrepetible; cuándo volveremos de nuevo a contar con un pan con esas únicas e irrepetibles características: quién sabe. Cortó de manera muy desprolija un pedazo y con su poca habilidad para llevar paraguas en manos izquierdas y cortar pan a la vez, ese pedazo vio cambiar su destino en el medio de una baldosa rajada. Atinó a levantarlo, pero no, ese piso mojado desvirtuaba a la imagen de ese pedazo de pan que luego del contacto con el globo terrestre había quedado pervertido por la humedad, esa humedad que le había arrebatado toda esa frescura de la que había sido dueño instantes atrás. Blumstoone se sintió traicionado y arrojó su paraguas al medio de la calle, un camión atmosférico con su doble rueda trasera fue el encargado de destrozarlo, de tirarle encima algunos residuos de residuos en estado de putrefacción y hacerle sentir qué desagradable es, para esa raza humana, que un pedazo de pan, fresco y humeante, se haya perdido para siempre.
(la primera gota de agua de la fuerte lluvia que se avecinaba, cayó sobre su cabeza)
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# escrito
por drádego @ 23:28 |