Hoy descubrí (quizá de nuevo) que la felicidad es un punto. Qué bueno que sea así, porque cuando siento durante mucho tiempo eso que puedo llamar felicidad (es un término tan abstracto que supongo que cada uno tendrá su propia idea de ella) extraño la melancolía.
Y cuando estoy muy acompañado extraño la soledad. Y cuando estoy solo me sumerjo en un mundo mágico al que no podría llegar con nadie más que no sea conmigo mismo y donde puedo llorar y degustar mis lágrimas como al mejor vino tinto de época.
La tristeza sabe a mate amargo, y nada mejor que un buen mate amargo tibio, mezclado con tabaco humeante, alguna mañana de invierno.
La tristeza es mucho más sabrosa que la felicidad, menos volátil que un punto, más auténtica.
Aquellos que sueñan con "ser felices" son los mismos que corren atrás de los reality shows, están orinados de torpeza. Son patéticos.
"Me gustaría ser feliz": cuántas veces escuché esa infeliz declaración de bienes patrimoniales de ovejitas llorosas persiguiendo a la manada con saltitos cortos.
Pero sí, para mí la felicidad es un punto. Ese punto donde me pueden insultar, donde los vomitadores de ratas en los cementerios perseveran en quererme dar alguna lección de moral con hedor de halitosis y repetirme bíblicamente todo aquello en lo que me cagué siempre.
Durante mi existencia recibí una completísima colección de epítetos y agresiones por no pensar igual, confieso que mi costo siempre consiguió amortizarse a tiempo (por lo menos hasta ahora), a otros con menos suerte, les costó la vida.
Pero mi victoria, aquello que guardo en mi vaso de cachaça como un tesoro, aquello de lo que me jacto con autosuficiencia adolescente, es que nunca nadie, jamás, consiguió decir que soy un hipócrita.
Hasta mañana.
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# escrito
por drádego @ 01:07 |
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