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domingo, agosto 08, 2004
.:: Hoja en blanco ::.  
Son casi las tres de la mañana y me despertó la luz del baño (que permanece prendida cuando duermo) con un repiqueteo nervioso a través del que se apagaba y prendía con intermitencia como aquellas luces que golpeaban a mi adolescencia en las discotecas de antaño. En realidad, como buen creador de leyendas, imaginé que ese detalle no fue una gota de agua del azar, sino una llamada a que me levante. Y aquí estoy.

Hace unos días que me quedo mirando el fondo blanco de alguna hoja de cuaderno y me hundo en su profundidad sin poder crearle un relieve, no miro hacia, sino a través, y esa levedad resulta más insoportable cuando esa hoja de cuaderno representa todo lo que pueda ser perceptible a través de mis ojos, la visión se torna un detalle, nunca una manera de percibir la realidad.

Esa realidad siempre fue imperceptible para los ojos de los incautos, se dibuja sola en nuestra cabeza como aquel dibujo que quisimos hacer en alguna infancia que hoy nos resulta ajena, aquel dibujo donde estaba papá, mamá, el perro, el sol, una casita y un arbolito, ese deseo temprano de la felicidad que resultaba en una esperanza fútil y que aún hoy seguimos soñando.

Y nunca fuimos capaces de dibujar a dios. Y jamás pudimos dibujar al amor y a la felicidad más allá de lo que representaban, nunca una imagen única donde podamos individualizarlas de todo el resto, donde adquieran una personalidad propia. Son etéreos, se desvanecen al primer contacto con la realidad, o con cada una de las realidades, ya que la realidad tampoco se viste siempre con el mismo traje y resulta siempre en un grano de arena en el fondo del mar de algún océano desconocido.

Es ahí donde me pregunto, hasta qué punto, tomarme en serio a lo que percibo, esa burla a nuestros sentidos, esa risa continua y desequilibrada que sólo se deja oír cuando nos damos cuenta, que nos hace llorar y sentirnos humillados al percibir la estafa, todo eso que compramos a precios elevados y al contado cada día, y que a cambio nos ofrece una maqueta de papel maché por la que nos movemos como si fuera la ciudad más bonita del mundo.

Muchas veces estamos convencidos de eso como fruto de una verdad universal, y la risa sigue sin que la podamos percibir, pero en el quiebre, cuando tocamos alguna pared y nuestra mano se hunde en ella, es ahí donde se deja oír a un volumen que nos deja sentados con la cabeza baja, sintiendo como un martirio todo aquello con lo que fuimos engañados.

«Ego sum lux et veritas et vita».

Ya no creo en las formas. Ya no creo en nuestra herencia. Detesto cada parte de lo que nos legaron como partícula de alguna verdad.

En millones de años de existencia del hombre, todo lo que nuestros antepasados construyeron, es un gran bloque de mierda envuelta en papel celofán, con moño rojo y una tarjeta con millones de hojas escritas con axiomas indelebles con los que torturan a todos los que llegan a este mundo, y que luego de adultos siguen multiplicándolos exponencialmente como si sólo se tratara de execrar, como si esta vida debiera admitir que nos digan cómo tenemos que vivir, qué podemos hacer y qué no, hasta dónde podemos llegar, qué lugares tenemos que visitar, dónde tenemos que sentir culpa, cuándo tenemos que llorar y qué instintos podemos seguir, cuáles otros debemos callar o desoír, cuando esos instintos nos piden a gritos que los sigamos, que la naturaleza es sabia sólo cuando el dictador de leyes quiere que lo sea, que nuestra naturaleza está equivocada y aquel chupasirios de turno es dueño de alguna verdad que quién carajo sabe inventó algún día que quería ver la forma de dominar a los incautos o de cautivar a la muchachita de grandes glúteos y senos prominentes.

La moral se disfraza de “políticamente correcto” con saco a la moda y corbata de abogado fiscal y de forma constante nos sienta en un banquillo y nos señala con el dedo acusador, somos obligados a pedir perdón por algo de lo que conocemos su forma, pero que aún no entendimos ni sabemos de qué se trata. Ni mucho menos su origen.

Está cantando el gallo, esa es la segunda señal.

Un servidor, y que “dios me perdone”, jamás esperará a que cante por tercera vez, para qué dilatar las esperanzas.

Hasta mañana.

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# escrito por drádego @ 04:01
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