<$BlogRSDUrl$>
>
Santos y demonios está ahora en http://www.santosydemonios.com.ar
miércoles, agosto 11, 2004
.:: Confesiones de invierno ::.  
Hoy tengo un invitado.

Me queda media botella de cachaça, por lo menos para la primera parte de la charla, supongo que será suficiente. Acomodé la silla y le puse el vaso. Pero el no está aquí. Aún así es mi invitado. Brindo contra su vaso sobre la mesa y doy el primer sorbo.

Y lo que acabo de escribir, no es ningún recurso literario, es así mismo tal cual lo expresé.

De la música

Comencé mis primeras clases de guitarra cuando tenía ocho años. Todo porque el vecinito del segundo –yo vivía en el edificio de Godoy Cruz y Niceto Vega, en pleno barrio de Palermo (Buenos Aires, Argentina), creo que alguna vez ya lo había dicho- se le ocurrió aprender guitarra, y este chico caprichoso que yo era, no podía llegar a ser menos. Una cuestión de identificación quizá, él tenía un poco más de edad que yo, lo que le daba algo de lideranza y lo comprometía a llevar algunas postas. También había otro vecinito que era un poco menor que yo, pero a él nunca se le había ocurrido tocar guitarra, por lo menos en los años que convivimos como vecinitos.

Mi profe se llamaba (y se llama aún) Osvaldo Verón (hace un par de años lo busqué por internet y apareció aún con sus clases de guitarra, lo contacté, intercambiamos algunos correos y le perdí pisada de nuevo cuando vine a Brasil), con mucha paciencia me enseñaba los acordes, con una paciencia santa, ya que ese niño rebelde que yo era no estudiaba demasiado. Mi madre me decía “Edgardo, tenés que estudiar guitarra, sino no tomes más clases, estás haciendo gastar dinero a papá sin sentido”. Luego de algún tiempo, le hice caso, era frustrante para el profe (luego cuando yo lo fui me di cuenta) dar sus ejercicios y que el alumno no los siguiera nunca, no había avance. Sin embargo, había aprendido algunos pocos acordes y un par de zambas, esa fue mi ínfima base musical de esa edad, pero la suficiente como para decir en la próxima reunión familiar de aquellos tiempos “el nene toca la guitarra”, o para divulgarlo en la escuela, “claro, toco la guitarra”. Si me querían poner a prueba, no había problema. Había un “Yo vendo unos ojos negros”, una “Zamba de mi esperanza” y una “Lunita Tucumana” para demostrarlo. Claro que nunca había afirmado que cantaba, y esa voz desanimada y atonal no ayudaba mucho a demostrar mis virtudes, más cuando la música se forma de un conjunto, aún habiendo sido un excelente guitarrista, todo ese arte se hubiera resumido a cenizas apenas abierta mi boca para emitir los primeros y desentonados versos, como aconteció infinidad de veces. La respuesta de mi auditorio –en el caso de que me escuchasen y no se entretuvieren charlando de lo barato que estaba el mercado Disco- siempre era la misma “ah, qué lindo…”. Pero les juro que jamás les creí.

La guitarra quedó en el ropero durante algunos años, es decir, me agarró de nuevo el entusiasmo apenas entré en la adolescencia, a los catorce años. Es que había un compañero de otro curso que tocaba la guitarra y cuando lo veía venía a mi cabeza todo aquel tiempo perdido, que podría estar tocando como él y la había dejado pasar, era mi época de poluciones nocturnas espontáneas o manuales, cuando veía a las chicas del Normal 6 y me daban ganas de cogérmelas a todas juntas, la época de los asaltos (qué viejo que me siento con esa palabra) y los bailes lentos donde las féminas de turno se dejaban apoyar un poco porque no tenían reparos, no sólo no tenían reparos sino que algunas buscaban aquella situación porque traían consigo sensaciones nuevas que aún no habían sido infectadas por la moral ético-religiosa social, aún éramos libres.

Para cogérmelas a todas juntas necesitaba que todas gusten de mí (todas, no una, ni dos), sobresalir, qué mejor que la guitarra, ese deseo hacia aquel que canta en vivo y en directo, ese artista famoso. Quien tocara la guitarra en aquel tiempo era famoso, ah, ¿Sos vos? ¿el que toca la guitarra? Mucho gusto, ¿y cómo empezaste con la música? ¿Sabés tocar “Rasguña las Piedras”? ¿Y “En el Hospicio”?

“Decían que el amor, no tenía medida”.

A mis quince años se produjo un quiebre. Me empezó a gustar la música enserio.

Del jazz

El jazz no es sólo música. El jazz es una forma de vida. Lo primero que recuerdo es que me apasionaba la idea de poder crear mis propias melodías.

Mi primer acercamiento al jazz, se lo debo a mi padre. El tenía un amigo que era guitarrista y como sabía que yo también tocaba, me invitó a un concierto del grupo que él formaba parte. Se llamaba Roberto Scaglione. El jazz fue una amor a primera vista, quedé apasionado con la creación espontánea, con todas esas melodías mágicas las que no podía entender que fueran improvisadas, para mí era, de forma literal, tienen que creerme, mágico. Ahí me compré mi primer casete de jazz por la peatonal Florida, no sabía ni lo que me estaba comprando, sólo vi a un señor de bigotes y medio pelado en la tapa, pero lo que sí, tenía una guitarra de jazz en la mano. El disco se llamaba Django y el guitarrista Joe Pass. De noche, ponía el casete en el walkman autoreverse y sonaba en mis oídos sin parar, mientras dormía. Entre sueños -esto sucedió tal como lo cuento- no sentía a la música, sino una voz que me hablaba y me explicaba cómo era la vida, cuando me levantaba sobresaltado, esa voz se transformaba en melodías, era la misma voz, pero desde dos puntos de vista distintos.

Desde mi guitarra, tocaba encima de todas aquellas harmonías, y la frustración era infinita al oír y sentir que jamás podría recrear esas melodías, eran muy perfectas y aún improvisadas, no las podía emular ni ocupándome de cuatro compases durante todo el día. Al decir recrear no me refiero a tocar lo mismo, sino a "componer una improvisación", aún no siendo improvisada. Es que el jazz tiene su propio lenguaje, hoy pienso que sería lo mismo que ir a vivir a Japón y esforzarse por hablar japonés desde el primer día.

Luego resultó como la vida. Estudié todos los arpegios, decenas de solos, decenas de escalas distintas, fueron años de frustración. Y cuando llegué a tocar jazz de verdad, ya no había arpegios, no había solos, no había escalas, era la hora de olvidarse de todo y tocar. Esa fue la parte más gratificante, cuando un músico de jazz improvisa y se entrega al resto (el músico de jazz no toca su parte, sino en función del resto de la banda), se olvida de todo. La sensación, si se pudiera describir, se parece a una serie de escalofríos, uno atrás del otro, una síntesis del yo.

De la perorata

¿Y por qué toda esta perorata?
Creo que me identifiqué con un hermoso post de mi invitado que va a cumplir cuarenta años. A mí me faltan, aún, cuatro pequeñísimos años para ese evento. Sin embargo, no puedo dejar de percibir cuánto influye el paso del tiempo y cuánto nos acercamos a la vejez sin haberlo percibido. No. No vivo de recuerdos, tengo memoria que es distinto. Pero lo más fuerte de todo esto es que a pesar de las pocas o muchas cosas que hice durante mi existencia, siento que aún no empecé, que estoy debajo de cero.

Eso es lo que me hace sentir, aún, como un adolescente, como aquel de los “asaltos”, aún sigo bailando junto a la vida, muy cerquita, cachete con cachete y esperando el próximo beso.

Por eso brindo por aquellos talentos literarios de los que habla mi invitado, y porque nunca dejen de escribir para los que los leemos cada día con ganas. Y uno de esos, es él.

Salud Daniel.

[¿e-mail al autor?]

# escrito por drádego @ 00:49
Santos & Demonios se mudó a http://www.santosydemonios.com.ar.



Para suscribirse a Santos y Demonios, ingrese su dirección de correo:



Creative Commons License
Todos los textos aquí publicados son de la autoría del titular del blog excepto donde sea aclarado lo contrario. Pueden hacer uso de los textos con total libertad siempre que se cite la fuente.

Fotologs del autor


Ultimos mensajes
en el grupo

Estamos leyendo:

Unase al grupo
de lectura


Última actualización:

El e-book de la Semana

Música de la Semana

Archivos varios - download

Otros blogs del autor

Archivo por mes


Blogósfera amiga
Links Generales



Listed on BlogShares


.:: Santos y Demonios - Edgardo Balduccio - 2004 ::.