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jueves, julio 29, 2004
.:: De la inmutabilidad de lo eterno ::.  
Casi todos los días, después de trabajar y antes de ir para casa, paso por el bar de Carlinhos. Bar, es una manera de decir, es una suerte de barra que da hacia la vereda y tiene tres o cuatro mesas que descansan en la calle, calle ancha por cierto, sino los camiones que pasan con los containers de los depósitos del puerto ya habrían hecho más de un estrago. Como en otros lados, esos containers van apoyados en los camiones sin otro seguro que su propio peso, cuando los tuve a mi lado, más de una vez me pregunté, qué sería si cayeran encima de mi cabeza. Nunca fui muy amigo de esas imágenes sangrientas de mutilaciones y despojos humanos, es que no puedo evitar el verme en cada una de ellas como el infeliz protagonista, “qué habría pasado si hubiere sido yo”, pero, como sabemos, muchas veces las imágenes aparecen con una liviandad atroz, aunque nadie las haya llamado.

Lo cierto es que hoy, en el bar, estaba el señor Rui, un vecino del barrio desde los años cuarenta, cuando sólo había colinas vírgenes y alguna que otra casa distanciada, bien distinto de lo que hoy se perfila como una ciudad con pavimento y calles estructuradas (aunque de una manera bastante desprolija), por lo menos en el barrio de la Boa Viagem, al que me precio de pertenecer.

“Sí pibe, en esa casa que ves ahí, está muy cambiada claro, vivía la familia Queiroz, y allá a la vuelta donde está la subida, era una colina virgen, y ojo, el pavimento ese no tiene ni veinte años. Fue el consejero vecinal que la hizo asfaltar cerca de las elecciones, vino el primer día con su junta y ni se acercó por miedo a ensuciarse los zapatos, tomaron una cerveza y se fueron, así es como quedó hoy, toda llena de parches y de pozos, bueno, por lo menos los autos no resbalan cuando la suben como cuando era de barro”.

Y me contó varias anécdotas, desde las más inverosímiles hasta las más lógicas, cada barrio del mundo tiene su historia, sin dudas. Cuando el sr. Rui se fue, me paré, pagué las dos ginebras, di media vuelta, y no sé por qué apunté mi vista hacia el cielo.

La luna estaba en cuarto creciente y había varias nubes que paseaban de la mano mientras escondían estrellas por un lado y las descubrían por el otro. Ahí comenzaron a aparecer otras imágenes, imágenes que tampoco había llamado y que me mostraban que mientras yo miraba al cielo, el paisaje que me rodeaba, no era el mismo que yo había dejado antes de levantar la cabeza, era el que el Sr. Rui había descrito, lo podía ver sólo mirando hacia el cielo, en cada uno de sus detalles, pero aún así, ese cielo continuaba el mismo, las estrellas eran las mismas (quizá con sutiles diferencias) y las nubes nunca habían dejado de pasar. Mi imaginación voló más aún y, mientras sólo sentía el ruido del viento, vinieron imágenes de la floresta de la Bahía de Todos los Santos mucho antes de que esa bahía adquiriera ese nombre, donde sólo había vegetación, insectos y pequeños animales autóctonos, mi imaginación no sólo recreaba esos paisajes sino que yo sentía que estaba ahí en ese momento, el cielo, impasible, continuaba de la misma manera. Llegué al punto de retroceder hasta la era prehistórica.

En el cielo, nada había cambiado.

El cielo es el único protagonista visual de la evolución física del planeta, y él permanece, a nuestra vista, casi sin cambios, sus estrellas son miles de ojos que jamás dejaron de espiarnos, un gran voyeur que muestra sus pupilas, irreductibles, cuando la tierra descansa del día, de la realidad; en la noche la realidad se disuelve y se funde en la magia de los astros, ellos son los que guardan la luz para eyacularla encima del planeta, en la salida del gran sol, es a él al que le devuelven el brillo.

Las estrellas, la mayoría de las que podemos ver ahora con sólo levantar la vista, presenciaron sin inmutarse la evolución de la vida, la evolución de los animales y la evolución del hombre. Presenciaron a nuestros más antiguos antepasados, presenciaron las guerras, presenciaron los nacimientos, los llantos, el miedo, el terror, las sonrisas, las alegrías, las trampas, los misterios y aquel beso que dimos en secreto. En cada pequeña partícula de luz, guardan una confidencia sagrada que nunca nadie podrá robarles.

Es por eso que mirando al cielo, a las estrellas, se puede viajar en el tiempo.

Mientras pensaba todo eso, comencé a sentir dolor en el cuello. Lo único que le pedí al firmamento, es que cuando baje la vista me devuelva a mi tiempo original (no por mala voluntad, es que el viernes tengo que entregar un trabajo y no hay ningún tipo de vacaciones planeadas para estos días). Bajé la cabeza, pero cerré los ojos y las imágenes que me regalaron las estrellas se hicieron mucho más nítidas y adquirieron mucho más vida de la que tenían cuando se generaron.

¿Por qué será que a veces vemos mucho mejor con los ojos cerrados?

# escrito por drádego @ 22:15
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