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viernes, julio 16, 2004
.:: Causa y Efecto ::.  
Mi padre me decía, y aún cuando lo amerita sigue repitiendo: “cu fa, fa piru”.  Un proverbio siciliano (mi padre es siciliano) que significa: “El que hace, hace para sí mismo”.  
 
Digamos que sería una versión “aggiornada” de la ley de la causa y efecto tan difundida en la religión hindú y en ciertas corrientes filosóficas. La ley de la causalidad, donde todo tiene una causa y la casualidad no existe.
 
También, si nos ponemos en exquisitos buscadores de significados, podría tener algún resabio de la “vendetta”, en definitiva el proverbio es en dialecto, no en italiano puro. Es decir, el que la hace, la paga, pero si me la hace a mí, soy yo el que le va a cobrar.
 
Claro, quién sería yo para contradecir a creencias que provienen de religiones milenarias o a mi viejo, por eso sólo escucho, no opino. Si hubiera opinado en algún momento no propicio, me hubiera ligado (y me ligué, el detalle está más adelante) un tortazo, por eso en discusiones presenciales jamás doy mi parecer.
 
Mi viejo también me dijo alguna vez “nunca discutas de política, fútbol o religión” por eso (y otras cosas) la mayoría de las veces digo a todo que sí, y mis compañeros de discusiones se sienten a gusto conmigo (¡me adoran!), afirmo todo lo que dicen con frases como “sin dudas”, “claro”, “por supuesto” (confieso que Platón ayudó mucho a mi variedad de reafirmaciones, es más, creo que leí a Platón únicamente por esa causa), mi vocabulario se ve reducido a un conjunto de pocas palabras que tienen como único objetivo desviar el tema para el culo de las morenas que pasan, de ida y de vuelta.
 
No me gusta el “mano a mano”.
 
¿Por qué? Porque me molestan las personas que gritan para reforzar su verdad. Y a las personas que gritan, les molesta que yo, en voz baja, le pida que no griten porque me molesta. Y ahí esa gran discusión queda reducida en masa hasta el punto de una enana blanca a un paso del agujero negro.
 
Y porque un servidor, tiene la paciencia de un león en celo.
 
Y porque una vez, un interlocutor, sacó una nueve milímetros de algún lado de su vestimenta y se la puso, con cara de malo, a este servidor, en la cabeza.
 
Y porque este servidor, jamás tendrá un arma, y si la tuviere, no la usaría.
 
Y porque este servidor, dejó hervir su sangre en aquel momento, pero retuvo el odio, y cuando su interlocutor acercó su cara y puso su nariz en la punta con la de este servidor, este servidor lo miró fijo a los ojos, sin perder la vista, y le preguntó, con un odio extremo, pero aun en voz baja: “¿Qué te pasa? ¿Me querés robar un beso?”

El dilema se hubiera suscitado si me decía que sí. Creo que se lo hubiera dado.

[¿Mail?]




# escrito por drádego @ 00:03
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