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martes, junio 22, 2004
.:: Sueño de una noche de verano I (paréntesis) ::.  
Me acuerdo que el año era 1991, yo tenía veintidos años, hacía bastante frío y subía las escaleras de alguna casa reciclada de la calle Lavalle al dos mil. Estaba al todo o nada, y le fui a hablar sin preámbulos. Juan José, me acabo de ir de casa, me peleé con mis viejos, no quiero dejar de estudiar. Dejame ver que es lo que puedo hacer, me respondió.

Una semana después, abandonaba la misma institución, me habían conseguido media beca, para mí no alcanzaba.

Algunos meses antes, estábamos en una clase de práctica de redacción y teníamos que entregar un trabajo que nos habían pedido la semana pasada. Alberto López me llamó y me lo pidió. No lo hice, le dije. En el aula había un barullo considerable entre los que comentaban esta o aquella frase que habían volcado en el papel, Alberto, desde su silla, me pidió que me acerque a él. No seas pelotudo Balduccio, vos tenés mucho más talento que todos los que están acá, y no te hablo de esta aula, sino del edificio, dejate de hacer pelotudeces y laburá. Juan José Panno, que estaba a su lado, me miró, cerró levemente los ojos y asintió con la cabeza. Lo cierto es que, aunque ellos hablaban con sinceridad, jamás les creí (y como mi descrédito es cada día mayor, cada día que pasa me acuerdo de esa imagen, y cada día que pasa les creo menos).

A principios de 1990, en las primeras clases en TEA, nos citaron al auditorio de la ATE. Carlos Ares nos explicó los principios de la institución, cuáles eran los objetivos, cómo se había fundado, qué es lo que esperaban de nosotros. Y jamás me olvidaré, aún tengo grabada la imagen de cuando dijo: De TEA nadie va a irse porque no pueda pagar. En ese momento de gran militancia cultural, yo vibraba. Lo veía a Ares y a Verbitsky en el escenario con micrófonos y para mí eran todo lo que yo quería ser. Esto no intenta ser una recriminación ni nada que se le asemeje, sino sólo de recuerdos, de esos que se mantienen y que ya forman parte de lo que somos, como un lunar en la espalda que puede crecer y llenarse de pelos gruesos.

En esa época terminé en un cuarto de servicio de una marroquinería de un amigo, y lo más a mano que encontré para subsistir fue vender las carteras que fabricaba. Me recorría desde Once, gran parte de la avenida Pueyrredón y luego en Corrientes me iba hasta las peatonales del centro. Cierto día, que representaba a una festividad judía, mi mejor clienta, que tenía una boutique en la galería de Florida y Corrientes, se manifestó con un saludo en irish que no entendí. Me miró seria. ¿Vos no sos judío? Me preguntó. No. Jamás me volvió a ofrecer que conozca a su hija. Tampoco me volvió a comprar una cartera.

Cierto día que caminaba por la Avenida 9 de Julio, pasé por la puerta del Teatro Colón. La miré, la estudié. Levanté la vista para ver la construcción, me detuve a hacer algo que siempre había sentido ganas de hacer, que era observarlo.

Teatro Colón, me suena.

Me sonaba no porque no lo conociera, sino porque hacía poco tiempo había hablado del Colón con alguien. Claro, con Fernando. Hacía unas dos semanas me había comentado que se había presentado para ocupar un puesto como figurante, una especie de extra de óperas y ballets. Yo quiero trabajar en el Colón, pensé, yo quiero estar en el escenario y que me aplaudan. Sin saber lo que hacía, crucé la puerta, atrás de un mostrador había un guardia de seguridad. Quiero presentarme como figurante le dije con mi mejor cara de figurante profesional. No pibe. Llegaste tarde. Hace dos semanas cerraron la inscripción. Ah, ¿y cuándo la abren de nuevo? Con suerte en diez años, me respondió. Le insistí que venía desde Uruguay para esto, y que entonces bla bla bla. No pibe, yo no tengo nada que ver, no puedo hacer nada. Bajé la cabeza y di media vuelta. Antes de cruzar la puerta hasta la calle me llamó. Hacé una cosa, andá al cuarto piso y preguntá por Castro, no le digas que yo te mandé, si viene para acá a preguntar yo le digo que no te vi pasar y te voy a tener que echar. Gracias. Al otro día, por la tarde, estaba ensayando con el Bolshoi de Rusia junto a Vasiliev y Maximova, luego hicimos ocho exitosas funciones del ballet Aniuta, basado en el cuento de Anton Chejov, en el Teatro Colón.

(...)

[sigue en el próximo]

# escrito por drádego @ 22:09
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